“Nacemos tristes y morimos tristes
pero en el entretiempo amamos cuerpos
cuya triste belleza es un milagro”.
Mario Benedetti.
Alguna vez vi sus ojos cafés y eran la mayor alegría de mis días, me escabullía entre sus brazos para quedar atrapada en su pecho, y era feliz. La felicidad consistía en sentarme a su lado y tomarlo de la mano, de besarle, de verlo reír, pero la felicidad nunca es eterna, es voluble, se modifica según las situaciones que nos rodean y mi situación actual, es todo lo contrario a feliz. Claro, tengo amigos, mascotas y una familia que me ayuda a llevar mi día a día de manera más o menos alegre, pero hay cicatrices que no sanan y él, es una de ellas.
No contaré nuestra historia, eso me haría destrozar mis sentidos de nuevo, pero la verdad es que nunca conocí lo que era amar realmente a una persona hasta que le conocí, incluso amaba sus estupideces, y vaya que eran bastantes, pero querer tanto a una persona te vuelve vulnerable, manejable y muy tonto.
Ahora llevo medio año en soledad, sin sanar, me he acostumbrado a mis días y hasta cierto punto los disfruto, pero hay una parte de ellos que se empeña en lastimarme y es la parte que se ha ido: sus llamadas, sus mensajes, sus fotografías y la espera de su llegada. Esa etapa se ha ido, y no volverá nunca.
Nuestra ruptura corrió por mi cuenta. Yo, una persona extremadamente organizada, con horarios estrictos, una agenda que se revisa continuamente, despertadores programados a horas estratégicas y actividades previamente planeadas; no pude soportar una falta, una sola, bueno, en realidad soporté muchísimas, dos años de faltas continuas, de impuntualidad, de retrasos y de enojos de mi parte. Llegábamos tarde al cine, al restaurante, a la casa de sus padres, a mi casa, me hacía llegar tarde a las clases en el colegio, pero hubo un evento que destruyó mi paciencia, un evento que era el más importante para mí, en donde tendría juntos a los dos hombres más importantes dentro de mi familia elegida: él y mi mejor amigo.
Ese evento se suscita una vez al año, lo espero con ansias, pero él no llegó, me quedé sola sentada en la alfombra esperando que me dijera que ya estaba en el estacionamiento, pero no fue así, en su lugar apareció un mensaje diciendo que no asistiría, un mensaje que apareció tras cinco horas de lenta espera.
Cada que repaso ese momento vuelvo a sentir la textura de esa alfombra azul, veo al mundo que de pronto se queda callado, pausado, estoy sola esperando a alguien que no aparecerá, que me había prometido asistir, y le importó nada su promesa, que para mí lo era todo.
Recuerdo a mis amigos preguntándome la razón de mi seriedad, mencionando que alguien me llamaba por teléfono, que si no pensaba contestar. Ese alguien era él, quien intentó enmendar su daño recogiéndome del evento doce horas después de cuando, se suponía, debía llegar.
Total, decidí no responder la llamada y viajar apretada durante una hora en dos autobuses que me dejarían cerca de mi hogar, después de abrir la puerta colapsé, no lloré, pero recuerdo que me sentía débil, seguía en la espera de un “perdón” que aún no consigue dar con mi dirección.
Pasaron varios días y él seguía sin aparecer, hasta que decidí que no podía vivir al lado de una persona que desconoce el significado de “compromiso” y “promesa”, gracias a eso ya no creo en las promesas y soy más adicta a los compromisos.
Seguro ahora te preguntas ¿En dónde está la parte que te hacia feliz? Pues no estuvo en ese evento, pero estuvo en un espacio de mi vida en el que conseguí lo que deseaba.
Él fue como un premio Nobel para mí, difícil de alcanzar, sobre todo para una chica que sale completamente de sus estándares de belleza, una chica con cachucha para ocultar su cabello sin peinar y con tenis para alcanzar a correr si el camión viene en camino, en comparación a aquellas que saben todas las tonalidades de los colores y sabores de los maquillajes, porque me acabo de enterar que algunos tienen sabores.
No fue amor a primera vista, ni a segunda, es más, ni a tercera, más bien, fue amor a primer beso, ya saben que es difícil dejar a dos jóvenes solos dentro de un lugar cerrado sin que intenten transmitirse cierto calor, o energía, pues eso nos pasó, estábamos en un lugar cerrado, solos, cuando él me abrazó y decidió que era buena idea darme un beso, pero, a decir verdad, fue pésima.
Fui atenta, cociné, le hacía pláticas interesantes sobre temas controversiales en la sociedad actual, hasta les caí bien a sus padres, y por fin cayó. Apareció una notificación en Facebook donde me pedía aceptar una relación con él, ya sé, desde ahí debí suponer que algo estaba mal. Bueno no, debí suponer que algo andaba mal cuando me enteré que leía literatura juvenil, ahí debí tomar un avión que me llevara lejos, pero no lo hice, más bien: me enamoré.
Me gustaba salir a caminar, a cenar, a correr, quedarme en su casa a jugar videojuegos, ver películas, quedarme a dormir. Amaba todas nuestras actividades, hasta amaba que llegara tarde y se levantara enojado siempre, lo único que odiaba era su falta de comida en el refrigerador.
Ahora somos distantes, no volví a ir a su casa, no volví a abrir su refrigerador y definitivamente no volví a dormir a su lado. Lo he superado, a tal grado que si se ofreciera la oportunidad, la rechazaría. La rechazaría por una simple razón: ya no está. Muchas de las veces nos aferramos a cosas que deben irse, él, sin duda, debía irse, para siempre, dejarme sufrir, llorar y desear no despertar al día siguiente para que entendiera el verdadero significado de una compañía incondicional, de esas que no existen y por eso todos terminamos solos.
No tengo claro si mi fatalismo viene en el paquete del duelo, pero por el momento es de lo que vivo a lo largo del día, con una negatividad que se alberga en mi cabeza y no sale, me la creo tanto que el mundo llega a conspirar en mi contra.
Debo confesar que no fui la mejor pareja del mundo, aunque por lo que escribí anteriormente pareciera que sí, sufro de una necesidad de compañía que me convierte en un monstruo obsesivo en todas mis relaciones, con necesidad de mensajes e información, además que tengo la tonta idea de que tus parejas suelen ser tus mejores amigos, error, ellos no quieren ser tu mejor amigo, quieren ser tu pareja. El lado bueno de esta parte es que tengo un mejor amigo, y tiene por obligación soportar todos mis dramas y problemas existenciales, porque es su única chamba como mejor amigo.
De un día para otro los celos se volvieron incontrolables, a causa de su manera de ser, un chico coqueto por naturaleza con una fila de chicas, sin mucha materia gris, desfilando detrás de mí, y pues yo solo tengo tenis en mi armario. Comencé a conocer gente, sobre todo hombres, de mi mismo ámbito laboral, cosa que lo convirtió a él en otro monstruo de celos. En pocas palabras éramos dos monstruos de celos, pero estaba bien, porque eso significaba que nos queríamos, o al menos eso quise entender.
Pasaban los días y cada vez nos molestábamos más, peleábamos más y llegamos al peligroso ciclo de terminar y volver, todo por obsesivos idiotas que no saben dejar ir lo que tiene que soltarse, pero al final del año, ese día llegó, nos despedimos en la puerta de entrada de mi casa, mientras lágrimas escurrían por mis ojos, yo me fui con la esperanza de que volvería a verlo, a su sonrisa, a sus ojos cafés, a su cabello negro, supongo que esa esperanza ahora duerme al lado de alguien más, o simplemente decidió alejarse y ser libre, como yo ahora.
Ahora me levanto, preparo el desayuno, salgo a mis deberes o a los no tanto, vuelvo y duermo, hago todo de la misma manera que lo hacía antes, pero sin él en mi vida, quizá con el paso del tiempo llegué otro él, y todas estas palabras pierdan su valor, quedando solas, tristes, vacías; como cuando él subió a su auto y se fue llorando tras decirle que lo nuestro había quedado en otra conjugación.